Las ironías de la historia

Venancio Flores

  Venancio Flores: El destino puede serle adverso aún a lo más poderosos.

     19 de Febrero de 1868, Venancio Flores, el político más poderoso de Uruguay se paseaba en su carro por Montevideo. Cinco años atrás había iniciado un levantamiento armado contra el gobierno legal de Bernardo Berro. No tuvo grandes dificultades en hacerse con el control del país, ya que contaba con el apoyo de Brasil y la neutralidad cómplice de Argentina. Para saldar la deuda con sus aliados, formó parte de la triple alianza que estaba desbastando a Paraguay. A pesar de tener el control absoluto del estado, su gobierno atravesaba dificultades. Tenía una pésima capacidad de gestión, sumado esto a la prolongada guerra con Paraguay, había dejado al país al borde de la quiebra. Sabía que se avecinaban tiempos difíciles, sin embargo lo tenía todo planificado. Cuatro días antes había renunciado a la presidencia y llamado a elecciones fraudulentas para que las ganara su hombre de confianza, Pedro Varela. Podría mantenerse en el poder sin asumir el costo político de la crisis económica que se avecinaba. Unos hombres hicieron detener el carro y sin mayores preámbulos los balearon.

      Muerto Venancio Flores, Pedro Varela ya no tenía peso político y el senado no lo consideraba un candidato elegible. Había un hombre con suficiente influencia para ser electo presidente, se trataba de Gregorio Suárez, pero había razones suficientes para sospechar que era el responsable del magnicidio, lo que generaba rechazo entre los parlamentarios. Tras larga deliberaciones se eligió a Lorenzo Batlle quien ni siquiera se había postulado como candidato.

     Cuando le comunicaron que sería el próximo presidente, Lorenzo Batlle apretó los dientes. Bastantes dolores de cabeza tenía con llevar la hacienda de su familia como para hacerse cargo de un país. Sin embargo tenía un profundo sentido del deber cívico, gobernó durante cuatro años tal como previa la constitución. Cumplido su periodo, entregó el cargo sin la menor intención de volver a ocuparlo ni de ejercer ninguna clase de influencia extraoficial.

      El senado eligió ésta vez a José Ellauri, un destacado abogado cuya vinculación con la política se limitaba a asesorar técnicamente a la hora de redactar las leyes. Igual que Batlle, no tenía el menor interés en ser presidente, pero al revés que este no tuvo el menor reparo en renunciar antes de asumir. El senado se volvió a reunir dos o tres veces, pero la única persona en la se ponían de acuerdo era en Ellauri. Éste decidió concluir el asunto de una vez por todas y se dirigió al parlamento para pronunciar un convincente discurso de renuncia. Antes de hablar, el comandante del ejército, Lorenzo Latorre, le solicitó si podía salir al balcón a saludar a las tropas que estaban desde hace horas formadas para presentar sus respetos al nuevo presidente. Accedió a salir al balcón para dar descanso a los soldados, pero se dio cuenta que estos lo apuntaban. Comprendió el mensaje y esta vez aceptó ser presidente.

     La historia ha visto a muchos siniestros personajes, capaces de cometer atroces crímenes para llegar al poder. Resulta increíble que dos presidentes se sucedieron sin haber tenido nunca la ambición de ocupar tal puesto. Pero que haya existido un hombre que hubo que obligarlo a hacerse con el poder. Cuando tantos otros, dieron golpes de estado, iniciaron guerras civiles, mandaron a sus amigos a la higuera, conspiraron contra sus propios hermanos y cometieron parricidios, con tal de hacerse con el poder en sus manos. Pensar que hubo alguien a quien le debió apuntar un ejército para que asumiera la presidencia de una modesta república, resulta salido de la más delirante ficción. Y sin embargo es historia.

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