Continuando con Voltaire: La opinión de la mujer (Parte II)

Razones de más para trascender en su época mostró Voltaire al realizar análisis, comparaciones, presentar ejemplos, y realizar juicios con bastantes fundamentos para que fuesen suficientemente válidas sus opiniones, de tal manera que en nuestros días podamos retomar el legado de éste filósofo.

En el caso que nos ha ocupado en los últimos posts hablando del adulterio visualizado y juzgado por personajes de su época podemos apreciar el amplio y avanzado pensamiento que, tomando en cuenta el tiempo en que vivió, hizo de Voltaire uno de los más grandes pensadores de la histora de la humanidad.

Continuamos con  lo que opina de la mujer acerca de las leyes impuestas para quienes se inclinan por alguna religión o quienes deben acatar el reglamento del Estado:

Un jurado equilibrado en género sería lo necesario para un veredicto justo, menciona Voltaire

Para juzgar con justicia un proceso de adulterio, sería preciso que fuesen jueces doce hombres y doce mujeres, y un hermafrodita que tuviera voto preponderante en caso de empate.

Pero hay casos singulares en los que no caben las dudas y no nos es lícito juzgar. Uno de esos casos es la aventura que refiere San Agustín en su sermón sobre la predicación de Jesucristo en la montaña.

Septimius Acyndius, procónsul de Siria, mandó prender en Antioquia a un cristiano porque no pagó al fisco una libra de oro con que le multaron, y le amenazó con la muerte si no pagaba. Un hombre rico de aquel país prometió dar dos marcos a la mujer del desgraciado si consentía en satisfacer sus deseos.

La mujer fue a contárselo a su marido, y éste rogó que le salvara la vida, aunque tuviera que renunciar a los derechos que tenía sobre ella. La mujer obedeció a su marido; pero el hombre rico, en vez de entregarle los dos marcos de oro, la engañó entregándole un saco lleno de tierra. El marido no puede pagar al fisco y no le queda más remedio que morir. En cuanto el procónsul se entera de la infamia, paga de su propio bolsillo al fisco los dos marcos de oro y manda que entreguen a los esposos cristianos el dominio del campo de donde se sacó la tierra para llenar el saco que el hombre rico entregó a la mujer.

En este caso se ve que la esposa, en vez de ultrajar a su marido, fue dócil a su voluntad. No sólo le obedeció, sino que le salvó la vida. San Agustín no se atreve a decir si es culpable o virtuosa, teme condenarla sin razón. Lo singular es que Bayle, en este caso, pretenda ser más severo que San Agustín. Condena decididamente a la pobre mujer.

El equilibrio al momento de escribir las leyes nunca ha sido la característica de la Iglesia y/o el Estado

En cuanto a la educación contradictoria que damos a nuestras hijas, añadamos una palabra. Las educamos infundiéndoles el deseo inmoderado de agradar, para lo que les damos lecciones. La naturaleza por sí sola lo haría, si nosotros no lo hiciésemos; pero al instinto de la naturaleza añadimos los refinamientos del arte. Cuando están acostumbradas a nuestras enseñanzas las castigamos si practican el arte que de nosotros han aprendido. ¿Qué opinión nos merecía el maestro de baile que estuviera enseñando a un discípulo durante diez años y pasado ese tiempo quisiera romperle las piernas por encontrarle bailando con otro? ¿No podríamos añadir este artículo al de las contradicciones?

Concluímos aquí con el el punto de vista situado del lado de la mujer acerca de las leyes impuestas por la Iglesia y el Estado, nos encontramos ahora en posición de juzgar lo justas o injustas que éstas pueden ser para cada uno de los generos (femenino o másculino)

One comment

  1. Brillante conclusión.

    Enhorabuena!

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